La alquimia es una de las ciencias cuyo solo nombre evoca
ya las más contrarias y diversas reacciones: atracción,
desprecio, curiosidad, incertidumbre... sentimientos opuestos, provocados
en parte por la falta de información concisa sobre su origen
y desarrollo.
L a misma palabra,
alquimia, parece tener una procedencia dudosa.
Muchos afirman que la expresión actual, legada directamente por
los árabes, puede ser dividida en dos partes: el artículo
"al" y el término "chemia" que significa "tierra
o suelo negro". Según esta hipótesis, los musulmanes
se referían a las oscuras tierras de Egipto donde habrían
aprendido los primeros secretos de la misteriosa ciencia.
La figura del filósofo egipcio Hermes Trimegistus se consideraría
entonces como padre del saber humano y de ahí derivaría
el término "hermético" que con tanta frecuencia
aparece relacionado con la
alquimia.
Pero no solo del país egipcio provienen los primeros escritos sobre
esta actividad, sino también de las lejanas tierras de China. En
el año 140 apareció en aquel país el primer tratado
alquímico y las ideas que contiene aparecen estrechamente relacionadas
con el Taoísmo.
El hecho es que se han hallado tanto escritos griegos citando a los orientales
como referencias egipcias en los textos árabes. En la actualidad
los principales documentos se hallan en la Biblioteca Nacional de París
y en Leyden, donde se han ordenado los textos alquímicos en dos
grandes grupos: aquellos de origen griego y aquellos otros firmados por
un misterioso personaje llamado Jabir ibn- Hayyan, también llamado
Geber, que se supone vivió en el siglo VIII de nuestra era. Estudios
más cuidadosos han demostrado que no todas las obras atribuídas
originariamente a Geber fueron en realidad escritas por el científico
árabe.
A medida que el influjo árabe se iba adentrando en Europa, nuevos
hombres se dedicaron al estudio de la nueva disciplina. Los nombres que
la historia señala son bien conocidos y entre ellos destacan los
de San Alberto Magno (1193-1280), el mallorquín Ramón Llull
(1232-1315), Roger Bacon (c. 1213-1294), Arnaldo de Vilanova (c. 1250-1311),
Paracelso (1493-1541) e incluso Newton, el primer gran científico
moderno que, aunque no se dedicó por completo a la
alquimia, la
citó con frecuencia en sus obras y se dice que mandó construir
un pequeño laboratorio en el Trinity College para estudiar los
misterios de la transmutación.
Dejando aparte su faceta misteriosa y oculta,
hay que hacer notar que la
alquimia contribuyó de forma muy importante
al progreso de la química de laboratorio. Nuevos aparatos como
el alambique y nuevas técnicas como la destilación se convirtieron
el algo de uso cotidiano, al mismo tiempo que se descubrían sustancias
hasta entonces ignoradas como el aceite de vitriolo (ácido sulfúrico),
el agua regia, el agua fuerte (ácido nítrico), el amoníaco,
etc.
Pero la alquimia era ante todo una ciencia hermética alrededor
de la cual se fue tejiendo un halo de misterio y secreto, originado en
parte por las aspiraciones extrañas y a menudo incomprensibles
de algunos de sus seguidores, así como por la forma simbólica
y casi indescifrable de sus escritos. No es fácil resumir en pocas
palabras la labor de un alquimista. Esta se centraba especialmente en
tres facetas distintas: por una parte la búsqueda de la piedra
filosofal, en presencia de la cual todos los metales podían ser
convertidos en oro; en segundo lugar el descubrimiento del elixir de larga
vida, imaginado como una sustancia capaz de evitar la corrupción
de la materia y por último la consecución de la "Gran
Obra", cuyo objetivo era elevar al propio alquimista a un estado
superior de existencia, en una situación privilegiada frente
al Universo.
El lenguaje alquímico
La lectura de una obra alquímica es extremadamente ardua para
un no-iniciado. El lenguaje alquímico parece abstracto, absurdo,
incomprensible, pero en realidad es esotérico y místico,
saturado de códigos, de símbolos, de referencias que confunden
al profano. Trampas y desvíos son frecuentes.
"El alquimista considera esencial esta dificultad de acceso, ya
que se trata de transformar la mentalidad del lector a fin de hacerlo
capaz de percibir el sentido de los actos descritos", explica el
escritor francés Michel Butor. "El lenguaje alquímico
es un instrumento de extrema agilidad que permite describir operaciones
con precisión y, al mismo tiempo, situándolas con respecto
a una concepción general de la realidad".
Como muestra de lo antedicho, se incluye en esta página un anexo
que conduce a un antiguo texto de uno de los alquimistas más
respetados. Es recomendable leerlo con una mentalidad totalmente abierta
y, al mismo tiempo, tratar de ubicarse en la época en que fue
escrito.